¡Hola a todos! ¡Feliz año! Les deseo que todas sus metas se cumplan.
Para iniciar este año me gustaría platicarles una historia increíble, que conozco desde hace muchos años y que en cada triatlón que competía siempre recordaba esta historia y me daba fuerza para seguir adelante. La historia increíble de Rick y Dick Hoyt, el padre que nunca desistió de luchar por la felicidad de su hijo.
Esta historia de amor comenzó en Winchester, en los EEUU, hace 43 años, cuando nació Rick, el mayor de los tres hijos de Dick Hoyt. Durante el parto, el cordón umbilical se enroscó en el cuello del niño, estrangulándolo. Este accidente impidió la oxigenación del cerebro y provocó una lesión cerebral con daños irreversibles que lo incapacitaron de hablar y de controlar los movimientos de sus miembros.
La mejor decisión
<<A los 9 meses de edad, los médicos dijeron: “Líbrense de él, es mejor internarlo. Él será un vegetal toda su vida”. Lloramos mucho, pero decidimos tratarlo como un niño normal. Él es el centro de las atenciones y está siempre incluido en todo”, cuenta Dick Hoyt.>>
Rick siempre tuvo amor, pero nadie lo supo hasta que él podía entender lo que pasaba a su alrededor. Su padre y su madre no desistieron, y con el paso del tiempo notaron que los ojos de Rick los seguían por el cuarto. A los 11 años lo llevaron al departamento de ingeniería de la Tufts University para ver cuáles eran las posibilidades de que su hijo pudiese comunicarse.
“No hay ninguna forma. -le dijeron a Dick- Su cerebro no tiene ninguna actividad. Entonces pedimos que contaran un chiste y Rick comenzó a reír.”
Estos científicos desarrollaron un sistema de comunicación para Rick. Con el movimiento lateral de la cabeza, el único que consigue controlar, él podría elegir letras que pasaban por una pantalla y, así, lentamente, escribir palabras.
Él tenía 12 años, y todos estaban apostando cuales serían las primeras palabras. ¿Sería “hola mamá”, “hola papá”? No. Él dijo: “Go, Bruins”, frase de incentivo a los Boston Bruins, equipo de hockey”, cuenta Dick.
Rick participaba de todo. Y fue así que surgió la idea de correr.
“Un colega de la escuela sufrió un accidente y quedó paralítico. Fue organizada una carrera para recaudar dinero para el tratamiento. Y Rick, a través del computador, pidió: ‘Papá, tengo que hacer algo por él, quiero participar. Tengo que mostrarle que la vida continúa, aunque él esté paralizado. Quiero participar de la carrera’”, recuerda Dick.
“Papá, durante la carrera sentí que mi deficiencia desaparecía”
“Yo tenía 40 años y no era un atleta. Corría tres veces por semana, 2 km, solo para tratar de mantener el peso. Así comenzamos a correr en medio del grupo, y todos pensaron que solo lograríamos llegar hasta la primera curva, pero logramos hacer el recorrido completo, llegando casi al final, pero no en el último puesto. Al cruzar la línea de llegada, Rick tenía dibujada en su rostro la sonrisa más linda que he visto en mi vida. Después de correr esa maratón de 8 km., estuve toda una semana con dolores en todo el cuerpo, esta vez yo me sentía el inválido. Cuando llegamos a casa, a través del computador Rick me dijo: ‘Papá, durante la carrera sentí que mi deficiencia desaparecía’. Me dijo que se sintió como un pájaro libre, porque se sentía libre de correr y competir como cualquier otro”.
Las palabras de Rick cambiaron la vida de Dick, quien se obstinó en dar a Rick esa sensación todas las veces que fuese posible. Comenzó a entrenar y a dedicarse tanto para entrar en forma hasta que, Rick y Dick, estuvieron listos para competir en la Maratón de Boston en 1979.
“Nadie nos hablaba, nadie nos quería en la competencia. Lo que no sabían es que la felicidad de Rick era el motivo que me empujaba a participar en la competencia”, cuenta Dick, contra todos, siguieron adelante. Un año después, participaron de la primera maratón. Cinco años más tarde, tuvimos la idea del triatlón, pero para participar de una triatlón con su hijo Dick, tenía una serie de problemas que resolver.
LOS RETOS
Primero: equipo. No existía en el mercado nada parecido. Todo el material de competencia tuvo que ser desarrollado para él. Y en cada competencia, Dick tenía que llegar antes de la hora para poder montar todo lo necesario.
Pero Dick Hoyt tenía un problema mayor que resolver para poder participar de la triatlón con su hijo. Algo muy básico. No sabía nadar. Entonces se mudaron de casa, fueron a vivir a la orilla de un lago para poder entrenar.
Entre el primer día en el lago y la primera triatlón, pasaron apenas 9 meses. El problema de la natación fue resuelto, pero Dick tenía una dificultad más: desde los 6 años de edad no subía a una bicicleta. El ciclismo era la parte más difícil para los Hoyt. La bicicleta que utilizaban era casi seis veces más pesada que las de los otros competidores, esto sin contar el peso de Rick .
“Nadie me enseñó a nadar, ni a pedalear, ni a correr como un atleta. Simplemente lo hicimos juntos, a nuestra manera”, comenta Dick.
De esta forma, padre e hijo, enfrentaron los más increíbles desafíos. El más impresionante: el ‘Iron Man’ (hombre de acero), en Hawaii, lo más duro de los triatlones. Son 3,8 mil metros de natación, 180 kilómetros de ciclismo y una maratón entera al final: 42, 195 kilómetros en más de 13 horas, un esfuerzo sobrehumano.
Dick y Rick vencieron la desconfianza. Hoy son queridos y respetados a donde van. Reciben incentivos de otros competidores y hasta agradecimientos.
Desde 1980, participaron de seis ediciones de ‘Iron Man’, 66 maratones y diferentes competiciones. Padre e hijo completaron 975 pruebas juntas. Jamás abandonaron una, ni llegaron al último lugar. Tienen el orgullo de decir: “Llegamos cerca del último, pero nunca en el último lugar”. Y siempre con el mismo final: Un público conmovido, brazos abiertos y la hermosa sonrisa de Rick en la línea de llegada.
A los 52 años, empujando a Rick, consiguió el increíble tiempo de 2 horas 40 minutos en la Maratón de Boston, poco más de media hora arriba del récord mundial. Marca excelente para un aficionado, sensacional para una personas de esa edad e increíble para quien corre empujando una silla de ruedas.
Actualmente, Rick tiene 46 años y se graduó en educación especial en la Universidad de Boston.
Dick es un hombre mayor con mucha vitalidad y ganas de vivir y realmente hicieron de su historia, más allá de un vínculo padre e hijo, un equipo de vida “Team Hoyt” inseparables.
Ojalá esta historia los motive, como a mí, a seguir adelante y que no existe ningún obstáculo que nos impida cumplir nuestras metas.
Les mando un abrazo y nos vemos en la próxima edición con otra historia de vida.
Saludos
Sonia Paola